A veces, cuando veo que el reloj está a dos minutos de gritar y yo estoy a dos minutos de volver a la rutina, me pongo a pensar en ella. Y me paso horas viéndola embobado, observando cómo se peina, tomando su cintura, acariciando su pelo, sintiendo su perfume. El reloj, que poco entiende de flexibilidades, avisa a viva voz que llegó a 120, pero en ese lapso yo soñé toda una noche.