lunes, 25 de agosto de 2025

La luz

    Pánico, anhelo, intriga. Lo de siempre cada vez que enfilo mi trayectoria para acá. A veces, bah, siempre que soy consciente de mi camino, acomodo mi ruta por otras calles; quizá sea un poco más engorroso, ralentice mi llegada, pero comparo esa molestia con el dolor de pasar por acá y termina siendo preferible.
    
    Aunque hay veces en que la posición estratégica de tu casa y las capas de gasa que el tiempo le pone a las heridas hacen que olvide todos los protocolos, y así termino, de distraída que soy, pasando por tu esquina (aunque no seas su poseedor, el venir a verte implicaba naturalmente llegar por acá, así que cuando paso pienso en vos. Al menos en mi mente, esta esquina es tuya).

    Cuando avanzo por la avenida confundo qué tan metafórica es la realidad. Para ver cualquier balcón en específico del centro en una cuadra en perpendicular hay que llegar hasta la encrucijada, porque tristemente las calles de este lugar se sienten como fosas que a cada lado tienen murallas habitables de diez u once pisos de alto. Pero llegando a tu esquina la altura se hace un claro gracias al patio de la facultad, y entre todos los departamentos ubicados frente a él puedo ver tu balcón. El balcón del único ser que prende la luz de afuera cuando se hace de noche. El balcón donde fumábamos, el balcón donde nos abrazábamos fuerte para no sentir el frío, el balcón donde te dejé por primera vez. Mi parte favorita de tu casa.

    Todas las noches que, sin querer, paso por tu esquina, termino mirando para allá, por encima de mi hombro izquierdo, elevando el ángulo que se forma con la reja del patio de la facultad. Pero esta vez la luz estaba apagada. Y tu departamento se perdía entre todos los departamentos, fue un bloque oscuro de cemento más. No lo encontré, y a simple vista incluso me costaba distinguir a tu edificio del cielo convertido en negro.

    Paré la moto y me senté en la vereda del supermercado para encontrar tu lugar. También para encontrarme a mí: ¿cuánto de anhelo hay en estos accidentes? ¿Qué queda de mí si, ahora que está la luz apagada, cotejo la posibilidad de que puedas haberte mudado y de que ese balcón pertenezca a alguien más, un otro que ignora toda nuestra historia y por ignorarla solo ve mugre y colillas de cigarrillo, o tucas de porro, a las que hay que tirar a la basura urgentemente?

    Y así entiendo que no me animo a dejarte ir. No quiero volver normal esto. No quiero que nuestro pasado vuelva todo sepia, que unifique los colores, que relativice cada sentimiento de dolor y de amor ignorando la magnitud que tiene ahora y que es menor que la que tenía hace unos meses.

    IRRUPCIÓN. Se detiene mi soliloquio, mis palabras, mi corazón. 

    El balcón se iluminó. 

    De repente mis ojos apuntan exactamente a la luz cálida en un ángulo a 60° del piso, veo tu maceta deprimente colgando de la baranda. 

    Llegaste a casa. 

    Llegaste más tarde. 

    Seguís vivo. 

    Sin mí. 

    Seguís prendiendo la luz del balcón apenas llegás. 


    No entiendo cómo seguís siendo sin mí.



    No veo la hora de que pongan un edificio en este patio de mierda.

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