viernes, 22 de septiembre de 2017

Sigue ahí

 Despierto. Como sale, como nace, como siempre. Solo. Los dos brazos abajo de mi cara haciendo de almohada, la almohada sobre mi cabeza, la lógica en algún lugar alejado de mi pieza. La gata durmiendo en mis pies porque se pudrió de que me mueva a cada rato, los pañuelos en el piso porque no tengo mesa de luz, el celular abajo mío porque no tengo mesa de luz y no quiero que se me caiga. Como siempre.


Me duele la garganta. Estoy congestionado porque al calentamiento global le pintó que hagan 36° después de que hagan 10°. Me quiero sonar la nariz pero los pañuelos están en el piso porque no tengo mesa de luz. No quiero levantarme a buscarlos. A veces creo que no puedo. A mi menor movimiento Belkis ya se despertó y vino a echarse al lado mío. Gracias, necesitaba acariciar, saludar, dar un buen día.


No sé ni cuánto dormí. Salvo los días que me propongo repartir currículums o hacer algo, no me importa. Aunque lo parezca no estoy deprimido, ni sintiendo que mi vida no tiene sentido, ni arrepintiéndome de las decisiones que tomé. Pero se fue todo junto y ahora siento un enorme vacío que, como recién me despierto, me hace arrancar el día en negativo.


Siempre abro los ojos mirando para el mismo lado. Será por eso que la puse ahí. Y como tengo cama cucheta la ubiqué justo a la altura a la que la vería apenas despertar. Del lado opuesto a la pared gris adyacente a mi cama, encima del ropero, está su regalo. Parte del regalo de cumpleaños más lindo que me hicieron en la vida, y no tiene nada que ver con lo que costó. 


Atrás de ella están mis ahorros. Esa es la excusa con la que puse el enorme cuadrado rojo ahí, haciendo como que tapa mi alcancía. Pero no, fue solo un motivo inocente para exhibirla, para verla todos los días al despertar. El cromático intenso, pasión, se corta en blanco, en Benedetti, en un felíz cumpledías, en dos personas sonriéndole a una cámara con el mar de fondo y buscando inmortalizar un momento que jugábamos que se iba a repetir a lo loco durante nuestras vidas por lo que, al menos para mí, no parecía tener sentido. 


La bandeja roja de desayuno sigue ahí, firme, inamovible. Es imposible que se caiga, que desaparezca, si un humano no la mueve. Tenerla ahí es la materialización del desafío de todos los días de sonreir aunque las cosas no sonrían, por todo lo que pasó y te dejó donde estás. 


Cada vez que la corro de lugar para sacar los ahorros pienso que sería muy fácil no volverla a poner. "Ya fue, no tiene sentido". Pero sí lo tiene, no quiero sacarla de ahí. Me gusta que esté ahí. En esta época en la que nuestro álbum de recuerdos lo ve todo el mundo y que por eso apenas se termina una relación se archivan o se borran todas las fotos y se hace como que las dos personas fueron extraños me encanta recordar todo lo hermoso de este último año con sólo ver un pedazo de madera pintado y un papel de fotografía.


Pareciera estar mal pulida, porque cada vez que abro los ojos y la veo ahí es como una astilla que se me clava en el alma. No quiero retroceder en el tiempo, no me arrepiento de las decisiones, pero extraño ser dos en uno. Me pregunto qué será de ella, supongo que estará enojada, imagino que me la cruzo y que no me saluda, la pienso siendo feliz y se enfrentan la alegría porque la quiero y la tristeza porque no es conmigo ni lo será. 


Sigue ahí. Es el desafío de todas las mañanas. Me es imposible levantarme, sentarme en la cama y saltar al frío piso de cerámica si no paso por toda esta reflexión, si no la veo, no la contemplo. 


La miro sonriendo. Me veo sonriente. Mi remera a rayas, sus gafas, mi falta de belleza para las fotos, sus brackets. Me veo ahí. Yo fui ese. Fui muy feliz, descubrí que podía serlo, no entiendo por qué no podría serlo ahora. 


Enérgicamente me saqué las frazadas de encima, después le pedí a Belkis que se corra y luego me disculpé con ella por molestarla. Antes de dar un salto hacia el piso, me despido de la foto con una mirada. Ya en el aire una frase me da la bienvenida a un nuevo día.


Gracias por aparecer.

Zanahoria

          Si tuviera los huevos de transcribir las historias que me invento y hacerme cargo de ellas estaría siendo, al menos, un poco recon...