sábado, 10 de diciembre de 2022

La de enfrente


    
    



        Como la personificación del ánima microscópica que se posa sobre el hombro izquierdo, como quien posee la perversión de abusarse de su superioridad, como quien no tiene nada mejor que hacer, ella se aparece. Se aparece siempre en el peor momento, en el más vulnerable: o fumándose un puchito, o tomando sol, o justo cuando su principal enemiga se va, ella irrumpe. 

Ella es la testigo privilegiada de cómo una convivencia se está yendo al carajo. Tiene las evidencias enfrente, los ventanales de mi departamento ocupan toda la pared, no la privan de nada, y compartimos en altura el mismo piso 5. Así que sólo tiene que salir al balcón para tener, al otro lado de la calle, la peli de todos los días. Y cuando no hay emisión, se hace dueña con su presencia de mis pensamientos. ¿Me ve? ¿Lo hace a propósito? ¿Por qué espera a mi soledad, o a mi flaqueza, para mostrarse? ¿Por qué, si no le doy atención, desaparece tan rápido como abrir y cerrar la persiana? 

Ella captura toda mi atención con el solo hecho de que sé que existe. Ahora mi balcón se asocia a ella, tiene su nombre, posee latente el misterio de la relajada presencia de sus cabellos azabache, de su figura incógnita, porque hasta ahora no me animé a mirarla. Aunque el plástico blanco tape todo su ventanal, si salgo al balcón mi cabeza se vuelve una pared que sufre a cada instante un pelotazo nuevo desde el departamento de enfrente, porque ahí vive ella, y no sé sus horarios, no sé cómo es, no sé cuándo va a aparecer, no sé si va a salir, no sé si le importo. Y despedazado por este infierno neurótico, secuestrado y a merced de lo que sea que pase, todos los días me pregunto qué me pasa, si ya no estoy enamorado, si salgo al balcón porque necesito sentir que corre aire o si es porque quiero verla, si me quiero sentir deseado o si me rompe las pelotas que no se pueda hacer invisible, abstraerse, tener respeto por una pareja que se está desarmando. Todo eso, esté o no esté afuera, salga o no a la calle, me siente a escribir o a llorar.

En tanto, ella abre el ventanal, sale afuera, se fuma un pucho y se vuelve a su pieza.

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