Está cantado. La práctica hace al maestro, pero nunca te dicen cuándo te entrega el título. ¿Cuánta práctica es necesaria para avanzar? El chico parece estar a merced de la arbitrariedad, o de la crueldad, del viejo Peugeot 405 que quiere aprender a pilotar.
Cuando te dicen para aprender a manejar, uno imagina girar el volante, meter cambios en el momento indicado e incorporar la sensibilidad del acelerador, y pasa por alto que, antes que todo eso, el auto tiene que querer salir. Así que ahí está el pobre diablo, girando la llave otra vez y acelerando con el embrague presionado al mismo tiempo.
El auto se desliza despacio por el asfalto, toma lentamente el valor de afrontar la empinada subida en la que está, e induce al joven a una renovada galaxia de ilusiones. Porque en este momento, en el que olvidó que la vecina de enfrente puede estar riéndose al otro lado de la ventana, en este horario justo y estudiado en el que la de la esquina, su amor no correspondido, vuelve de handball, y en esta única hora en la que su madre puede enseñarle a manejar y que ya se está por evaporar, su mundo se reduce a que el auto arranque.
Pensando en la inconmensurable simultaneidad de eventos se da cuenta de que el Peugeot está más cerca que nunca de, finalmente, pasar a la primera marcha. Es materialmente, peligrosamente, posible, probable. Acelera despacio, con suspenso.
Un estruendo sacude al piloto hacia adelante, hacia atrás, y a la nueva ilusión hacia el suelo. Abruptamente el bólido se detiene. Por fuera demuestra desilusión, por dentro grita "la puta madre". "Bueno, casi. La próxima seguimos, no te preocupes", le dice su copiloto, que abre la puerta y baja. El novato asiente tímidamente, y sin despegar sus manos del volante exhala de forma sonora.
"La próxima me va a salir. Ya estuve cerca cuatro veces, pero la próxima va a salir". Se enoja por los intentos infructuosos, para luego relajarse recordando la tranquilidad con que su madre cerró la clase. Enseguida recae en que ella nunca se puso el cinturón de seguridad: ¿Acaso nunca confió en que iba a arrancar? No tendría que ser tan dramático, lo sabe, falta mucho para que, con él al volante, pueda suceder un accidente a una velocidad considerable, pero en esta ausencia de respuestas y en la incógnita del porvenir cualquier hipótesis, sobre todo las derrotistas, se materializan mientras se apartan de la realidad. Por esta vez, ya cansado, les da un portazo tras cerrar la puerta del auto, y dice en voz alta, con un suspiro mezclado entre su sonoridad, "la próxima será".
Estamos, tras tanta espera, juntos. Hay oscuridad de noche en las cuadras, hay luces sepias en el barrio, y veinte personas amontonadas alrededor de nosotros, contiguos a la garita de colectivo. Los dos parados, uno al lado del otro, vos contándome de tu día. Te miro hablar, me quedo mirándote los labios, y siento como mi cuerpo se desliza lentamente por el aire, toma el valor de afrontar lentamente la subida en la que está metido, en la que yo lo metí y el me metió, y la parada se transforma en una galaxia lejana, que se desgrana en tanto y en cuanto mi mundo y mi existencia están cerca tuyo.
Aunque esté al volante de mi vida, y sea que tome la decisión de intentarlo o que prefiera reservar las energías anímicas, estoy entregado a la arbitrariedad de mi cuerpo, de los hechos, de tu preferencia, para saber si puedo poner primera o no. Y en este preciso instante en el que las subordinadas que invadieron tu diálogo concluyeron, en que el silencio domina este mismo espacio en el que veinte sujetos hablan a la vez, percibo como mi ser está más cerca que nunca de, finalmente, pasar a la primera marcha. Es materialmente, peligrosamente, posible, probable.
El cole ya partió, vos ya te subiste. La llegada del 153 fue un estruendo que me sacudió hacia todas las direcciones menos hacia arriba, justo cuando creí que estaba más cerca que nunca. ¿Habrá sido un delirio? ¿Habré estado equivocado? ¿Acaso estuve cerca, o fue porque sabías lo lejos que estoy de arrancar que no tenías puesto el cinturón de seguridad?
El celeste característico desapareció un par de cuadras más allá. Las personas reaparecen, ahora son sólo cinco. Miro lo que falta para que pase el próximo colectivo, ahora que decidí no tomarme el mismo que vos aunque me deje a una cuadra de mi casa. Asumo que tendré que estar diez minutos más acá parado, y mirando las hojas que se mezclan en el negro del cielo nocturno, digo en voz baja, con un suspiro mezclado entre la sonoridad de mis palabras, "la próxima será".
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