"Cuando tomo alcohol siento que lo que hago no está tan mal
Pero a lo mejor es mi estado real"
Después de una botella de vino no quiero viciar. Ni quiero dormir. Ni acariciar a mi gata más de 5 minutos. Quiero escuchar música mientras escribo este apunte sobre lo que me pasa. Porque en este estado deplorable (como evidencia de ello, tuve que intentar escribir deplorable seis veces) hay tantas interrupciones motrices y anímicas que no puedo hacer más que lo que quiero. Y cuando siento que se me va el valor le meto otro trago más, no vaya a ser que se me pase y vuelva a la monotonía, a la llanura habitual, al podría ser que no infla el globo por miedo a pincharlo.
Una aguja pincha el globo igual, inflado o no, nada más que si lo pincha desinflado no te das cuenta hasta que es demasiado tarde. Pensamientos súbitos que no por tambaleantes y espontáneos pierden razón. Ya estoy condenado a ser un boludo, al menos intentaré serlo con convicción. Porque mi habitualidad rebota entre tratar el miedo a la intrascendencia y jugar jueguitos para olvidarlo. ¿Un tratamiento? Una vez por semana, los jueves a las 8:30, en el consultorio de Silvia. Eso es todo lo que puedo dar.
No quiero ser el gil con los problemas boludos que me dijeron que soy, ni compartir esa categoría con la otra boluda que tiene los mismos problemas, toma los mismos anti depresivos y ya no me da bola. Lo soy, sí, pero no quiero.
¿Y si necesito gastarme toda la plata en putas y timba como Dostoyevski? Ahí está, en realidad, el debate con la masividad, con lo que quiero ser, con lo que podría alcanzar. YA SÉ QUE SOY ANSIOSO. Tu problema es que querés ser Calamaro en el primer disco, diría la Silvia. Pero es difícil desligarse de las historias frenéticas e infumables, incoherentes y hasta ilegales detrás de cada gran obra. Si no es Van Gogh cortándose la oreja es Ross Robinson tirándole cosas a Joey Jordison para que toque enojado. El ver lo que se necesita para ser del tamaño que quiero me pone de frente con Vilemaw, así que discúlpenme por tenerle miedo a una araña gigante que ni en pedo enfrento solo.
La intrascendencia. Otra vez la intrascendencia. Abrir los ojos y tener frente a ellos la evidencia de que no le intereso a la que me gustaría que pregunte por mí. El decirme que no insista, que no tengo por qué gustarle, el vacío posterior. El alcohol para llenarlo.
La gata maullando allá.
Yo, solo, escribiendo como único remedio.
Hace tres horas estoy en este blog
ResponderBorrarSintiendo muchas emociones, confieso que no logro descifrar si quien escribe tiene 25 años o 40.
Me siento identificada con varias cuestiones, que tampoco logro entender si son reales o ficticias.
Te felicito porque rei, llore, me angustie y quise seguir leyendo mucho más.
Espero el próximo capítulo, te envío mucha luz para que sigas haciendo esto ✨
ajajjajaja muchas gracias, fue un halago hermoso
Borrarsaludos!