"Ei, ¿estás vivo?". Los píxeles formaban letras negras sobre los demás iluminados en blanco y dejaban leer el mensaje enviado por Laura pero, a pesar de que el celular vibró sobre la madera hueca y el ruido se asemejó al de una revolución de abejorros, nadie estuvo ahí para revisar lo que quería comunicar. El Samsung se había hecho lugar entre el velador, el reloj que era despertador pero lo hacía a cualquier hora, las servilletas y pañuelos para el invierno y los llantos y los papeles y recibos que tenían más importancia del que se dignaba a admitir. De hecho, estuvo a punto de ponerle una estampita porque era un fenómeno sobrenatural que el celular nunca se haya caído de ahí. Algunos de los papeles hacían equilibrio, con su centro de gravedad a centímetros de volcarse sobre la cama contigua.
Las sábanas y frazadas lucían revueltas por la decisión de quien se abrigó con ellas y de un salto decisivo se las sacó de encima. El pliegue formaba una línea oblicua que apuntaba casi directamente, a través del pequeño pasillo de la habitación, a la silla en la que Gena estaba sentado desde hace dos o tres horas. La pantalla de la computadora le alumbraba el rostro (que lucía un bigote incipiente) con el pulcro blanco de las páginas del Word, y sólo el ruido de las teclas y el tenue sonido del ventilador de la PC rompía el silencio sepulcral de la noche.
Gena escuchó el celular vibrar, pero sólo atisbó a cerrar los ojos y esperar cinco segundos para saber si percibía el golpe del teléfono contra el suelo. "Le tengo que comprar una funda", dijo en voz alta, aprovechando que podía decir lo que quería porque estaba solo, antes de seguir con lo suyo. Sabía que estaba hablando con ella, intuía que lo que rompía la atención era un mensaje escrito desde su celular, pero ya estaba harto de perder el hilo y la inspiración por desatenderse cinco minutos que después se extendían a diez, a 30 y a desistir de la prosa. Esta vez se había decidido a escribir y nada más, a terminar el texto, a lograr, con los consejos obtenidos, el relato que lo haga merecedor de la recompensa final.
El celular vibró unas veces más hasta que, entrada la madrugada, no volvió a sacudirse. Pasados unos cuantos minutos Gena puso el punto final, se tomó media hora más para releer la historia y corregirla hasta que se permitió lanzar un "listo, ya está". Sus pupilas apuntaron a la esquina inferior derecha y notó que el reloj señalaba las 02:43. Guardó el proyecto, apagó la compu y se dejó caer en la cama al tiempo que desbloqueaba el celular. "Bueno me voy a dormir nomás ya que no querés ni clavarme el visto. Hasta mañana, besitos". No eran nada, la sentía como todo, y entre el egoísmo del soltero y la empatía del enamorado se debatía su accionar. Desplegó el chat y pensó en que se iba a enojar, pero la pensó como la chica inteligente que le gusta y se respondió con un "va a entenderlo" antes de contestarle con unas leves y vagas explicaciones.
No le gustaba reconocerlo, pero el misterio que se generó en torno a la noche que se quedó escribiendo despertó más interés en Laura. El mes que siguió comenzó con su amor imposible preguntándole qué estaba redactando, para qué tanta emoción, por qué se había ido a Chajarí ese domingo, y ante las respuestas simpáticas, divertidas pero terminantemente negativas la chica de pelo castaño necesitaba sacar pistas de algún lado. Asimismo, la enigmática felicidad del joven le despertaba más ganas de informarse de cosas que quizá no tendrían importancia si no estuviesen relacionadas con él. Las noches que se pasaba tirada entre las frazadas rojas junto al póster de Usted Señalemelo sin más propósito que pasar las horas hablando con Gena se repetían una tras otra y con una necesidad que no había ni siquiera imaginado. Las citas como amigos se repetían de a dos o tres por semana, y ninguno de los dos llegaba a creer que a la sombra del lapacho, sobre la alfombra de flores rosas mezcladas con el césped verde del paseo, había cuatro brazos que ansiaban cruzarse.
Tres semanas después ya todo era obvio para el mundo pero no para ellos dos. Gena no se animaba a dar el paso porque creía que la mujer que estaba al lado suyo, hablando todo el tiempo con él y diciéndole que sí a todo plan tenía otro pretendiente mejor, y Laura no tiraba el beso porque de tantos hombres que le tiraron onda ninguno fue tan lento y hasta casi desinteresado como quien llenaba su chat. Quizá por cosa del destino o porque las mentes correspondidas se conectan a una frecuencia especial, el miércoles ambos abrieron la ventana de su pieza y al ver el sol anunciando un día perfecto se dijeron, sin saberlo pero al unísono, "hoy, sí o sí". Abrieron el chat de la noche anterior y se encontraron con que estaban escribiendo al mismo tiempo incluso antes de saludarse. "Tengo algo re copado para mostrarte" le dijo Gena, sin saber que ni siquiera tenía que ser algo bueno como para que Laura le diga que sí.
Coordinaron y a las 16 ya estaban en la costanera, sentados entre las flores rosas y con el tronco protegiéndolos de la vista de los runners. Los nervios los movían a cortar con los dedos las hojas de césped a su alcance, las piernas cruzadas reflejaban los nervios y la tensión de ambos, el silencio no fue así ni cuando se conocieron. Pensaban en algo que preguntarse pero recordaban que ya habían hablado todo por celular, y no volverían a preguntarlo por miedo a que se lo tome como una falta de atención. Las hojas de los árboles cedían ante la fuerza del viento y algunos pétalos se separaban en el cielo, justo encima de ambos. Gena no sabía ni por qué había estado mirando hacia arriba, pero pudo ver como cuatro pedacitos de flor descendían bailando un vals y se depositaban sobre el pelo de la hermosa chica que lo acompañaba. "Es ahora, es el momento", pensó, justo cuando el rostro de la joven se puso de frente a él.
"Ah, te dije que te traía algo". Interrumpió y revisó su mochila, tan concentrado en buscar el regalo que no percibió el suspiro de la castaña. Sacó de ahí el libro y se lo entregó. "Mirá, salvo mi familia no lo sabe nadie porque me acaba de llegar y quería que lo veas". La tapa no contaba mucho, Laura no entendía por qué le interesarían unas páginas tituladas "Clínica Literaria: Antología", pero dio un stand by a la decepción que la invadía y decidió abrirlo. Se distraía con todo con tal de no pensar, con el logo de La Luna y el Gato, con el nombre del editor del libro... Hojeó sin parar, dándole un vistazo muy por arriba, hasta que un título la detuvo en seco.
"Agua Marfil". "Autor: Genaro Bianchi". No atinó a leer la primera oración, esa que contaba cómo se conocieron, no quiso fijarse cuánto se extendía la historia, sólo lo miró y supo que era el momento de inmortalizar todo. Varios kilómetros hacia el norte, bebiéndose un café en su taza de Rosario Central, quien dictó la clínica sonreía apaciblemente sin saber que su clínica literaria había hecho mucho más que enseñar a escribir cuentos.
(escrito para promocionar la clínica literaria de un amigo editor)