Ojalá que el ruido me acompañe en este camino de no decir una mierda. Ya me estoy acostumbrando, le estoy agregando a mis horas, a mis días, a mi existencia los bullicios suficientes como para tapar los pensamientos que me brotan por los poros todo el tiempo, y que se muestran en las ropas sudadas, en la angustia de su ausencia, en el aburrimiento, en la neurosis de lo que pudo ser y no fue.
Una pesadilla me redujo a nada, unas peleas me bajaron al nivel del pasto, y cada alza de voz es un recordatorio de por qué puse una cortina de ruido a tapar a mis pensamientos. ¿Estaré resentido con el mundo porque me obligó a estar acá? ¡Pero si nadie me obligó! ¡Estoy porque lo elegí! Y sin embargo estoy todo el tiempo encontrando motivos nuevos para elegir otra cosa. El solo pensarlo me estremece.
Esto es por esa vez que no llevé a Guada a la pieza. Por esa otra que no besé a Gise. Por cuando Anto me respondió la historia y volví a hablar con ella en la vereda. Por la apurada que hice con Rocío. Por la histeriqueada de Ana. Por el "nunca más no?" de Noe. Por todo lo que le da entidad y forma a mi neurosis y que, dependiendo de la honestidad o la mentira de mi decisión habitual será más cierto o más falso. Pero no sé de qué lado está cada opción. Y como dice el libro, la vida no tiene prueba y error porque es una sola y no hay ensayo que te haga volver atrás.
Y me aburre, me indigna pensar que esto se me puede ir practicando deporte. Yo QUIERO que estas cosas sucedan, y eso es indignante también: no hay camino que me lleve a la tranquilidad.