lunes, 26 de diciembre de 2022

Aglutinación

        





        Por suerte estaba sentado. Mi mirada se debatía entre algún punto fijo en la imagen del líder o la visión difuminada que arrojaba un conjunto de grises y amarillos. Escuchaba la mitad de las palabras, a la otra mitad la interrumpían pinchazos en el estómago. Al principio los atribuí al café de hacía un momento, pero luego entendí que en la digestión había más palabras que alimento. 


Sentí dentro mío (ahí, justo arriba del ombligo, justo abajo del esternón) cómo las palabras se agrupaban como podían. Estuvieron juntas, pero desde hace media hora que el oído no paraba de agregar a ese menjunje mensajes mezclados en mayúscula, minúscula, negritas, vocablos positivos, neutros, negativos, que golpean como un rayo o que tienen cable a tierra. Y todo va a parar al mismo lado. Ahora hay tanto ahí que no se distingue nada: siquiera se entienden las letras, deformadas por la masa amorfa, por la violencia con la que se une el contenido, por la desesperación con la que se apelmazan en busca de tener algún sentido. Se le desprenden las patas a la A, las P no se sabe si son P o son R a las que se les desprendió la pierna... y hace rato que las palabras se separaron.

Me llaman. Me invitan en la mesa. Dejo aparte el estómago, y desde arriba sólo digo "sí, es una mala racha, en este tiempito va a cambiar, lo voy a conseguir". Es mentira. En este tiempito me voy a desesperar más. Si cambia es para mal, y ni siquiera es necesario un cambio: empeorar es el curso natural de las cosas, con cómo están planteadas. 


Termino de hablar. Quiero creer que ya pasó, pero la bola por dentro no da más, en el estómago no hay capacidad para ningún agregado. Siento a la bola subir hasta la garganta. La quiero vomitar. Y solo sale, porque tengo que cuidar las formas en la realidad compartida y porque las palabras no cuidaron su forma en mi realidad interna, un vocablo despedazado, ininteligible, que solo lo entiende el interior. Un grito de puro volumen interno, que quiere decir algo, que quiere decir tanto que no puede hablar nada.


La reunión termina. Me voy de la oficina. Llueve. Ya en la calle, me pregunto cuánto más.

sábado, 10 de diciembre de 2022

La de enfrente


    
    



        Como la personificación del ánima microscópica que se posa sobre el hombro izquierdo, como quien posee la perversión de abusarse de su superioridad, como quien no tiene nada mejor que hacer, ella se aparece. Se aparece siempre en el peor momento, en el más vulnerable: o fumándose un puchito, o tomando sol, o justo cuando su principal enemiga se va, ella irrumpe. 

Ella es la testigo privilegiada de cómo una convivencia se está yendo al carajo. Tiene las evidencias enfrente, los ventanales de mi departamento ocupan toda la pared, no la privan de nada, y compartimos en altura el mismo piso 5. Así que sólo tiene que salir al balcón para tener, al otro lado de la calle, la peli de todos los días. Y cuando no hay emisión, se hace dueña con su presencia de mis pensamientos. ¿Me ve? ¿Lo hace a propósito? ¿Por qué espera a mi soledad, o a mi flaqueza, para mostrarse? ¿Por qué, si no le doy atención, desaparece tan rápido como abrir y cerrar la persiana? 

Ella captura toda mi atención con el solo hecho de que sé que existe. Ahora mi balcón se asocia a ella, tiene su nombre, posee latente el misterio de la relajada presencia de sus cabellos azabache, de su figura incógnita, porque hasta ahora no me animé a mirarla. Aunque el plástico blanco tape todo su ventanal, si salgo al balcón mi cabeza se vuelve una pared que sufre a cada instante un pelotazo nuevo desde el departamento de enfrente, porque ahí vive ella, y no sé sus horarios, no sé cómo es, no sé cuándo va a aparecer, no sé si va a salir, no sé si le importo. Y despedazado por este infierno neurótico, secuestrado y a merced de lo que sea que pase, todos los días me pregunto qué me pasa, si ya no estoy enamorado, si salgo al balcón porque necesito sentir que corre aire o si es porque quiero verla, si me quiero sentir deseado o si me rompe las pelotas que no se pueda hacer invisible, abstraerse, tener respeto por una pareja que se está desarmando. Todo eso, esté o no esté afuera, salga o no a la calle, me siente a escribir o a llorar.

En tanto, ella abre el ventanal, sale afuera, se fuma un pucho y se vuelve a su pieza.

Zanahoria

          Si tuviera los huevos de transcribir las historias que me invento y hacerme cargo de ellas estaría siendo, al menos, un poco recon...