Por suerte estaba sentado. Mi mirada se debatía entre algún punto fijo en la imagen del líder o la visión difuminada que arrojaba un conjunto de grises y amarillos. Escuchaba la mitad de las palabras, a la otra mitad la interrumpían pinchazos en el estómago. Al principio los atribuí al café de hacía un momento, pero luego entendí que en la digestión había más palabras que alimento.
Sentí dentro mío (ahí, justo arriba del ombligo, justo abajo del esternón) cómo las palabras se agrupaban como podían. Estuvieron juntas, pero desde hace media hora que el oído no paraba de agregar a ese menjunje mensajes mezclados en mayúscula, minúscula, negritas, vocablos positivos, neutros, negativos, que golpean como un rayo o que tienen cable a tierra. Y todo va a parar al mismo lado. Ahora hay tanto ahí que no se distingue nada: siquiera se entienden las letras, deformadas por la masa amorfa, por la violencia con la que se une el contenido, por la desesperación con la que se apelmazan en busca de tener algún sentido. Se le desprenden las patas a la A, las P no se sabe si son P o son R a las que se les desprendió la pierna... y hace rato que las palabras se separaron.
Me llaman. Me invitan en la mesa. Dejo aparte el estómago, y desde arriba sólo digo "sí, es una mala racha, en este tiempito va a cambiar, lo voy a conseguir". Es mentira. En este tiempito me voy a desesperar más. Si cambia es para mal, y ni siquiera es necesario un cambio: empeorar es el curso natural de las cosas, con cómo están planteadas.
Termino de hablar. Quiero creer que ya pasó, pero la bola por dentro no da más, en el estómago no hay capacidad para ningún agregado. Siento a la bola subir hasta la garganta. La quiero vomitar. Y solo sale, porque tengo que cuidar las formas en la realidad compartida y porque las palabras no cuidaron su forma en mi realidad interna, un vocablo despedazado, ininteligible, que solo lo entiende el interior. Un grito de puro volumen interno, que quiere decir algo, que quiere decir tanto que no puede hablar nada.
La reunión termina. Me voy de la oficina. Llueve. Ya en la calle, me pregunto cuánto más.

