Como somos desconocidos, el ver tus respuestas, el escuchar tu voz te mantendrá en el presente, como si hablaras acá, como ver el "That one night" de Megadeth y decir "así está Mustaine ahora".
La realidad está creada por nuestra percepción, la negación es nuestra anteojera que oculta de nuestra vista lo que nos mata, lo que nos destruye, y es tan difícil entender que moriste que prefiero entender tu voz como un pedazo tuyo todavía vivo atrapado en una caja, como el locutor encerrado en el parlante de la radio.
La muerte biológica, que entiende de 0 o 1, de vida o muerte; la muerte psicológica, que entiende que alguien está muerto sólo cuando así lo quiere, que considera a alguien vivo solo si su respiración no va a impedirte dormir por la noche.
Me pregunto si asesinar a las caras que me duelen es lo correcto, o si simplemente cada puñalada, cada balazo al corazón ajeno es un ladrillo que me deja solo y atrofiando mis defensas, creyéndome más protegido cuando cada vez estoy más vulnerable. Porque claro, me relajo pensando que moriste porque ya no estás ni sé nada de vos, pero cuando aparecés desintegrás la pared que interpuse y mi neurosis se encarga de imaginar toda tu vida hasta acá a una velocidad supersónica.
Te mato por mi bien, pero notar que sobreviviste me hace peor. Y no sé si matarte fue lo correcto o si tenía que tolerar tu existencia, dejarte respirar al lado mío o echarte de mi mente a las puteadas en vez de que simplemente me veas esfumarme cuando en realidad me desintegré.
Es que ya vendí mi dignidad, el tiempo solo me vuelve miserable; en el llano, en la tierra fértil, crecen los recuerdos no superados. Si me quedo mirando la alfombra veo cómo brotan raíces de los recuerdos que tiré abajo de ella.
Y no puedo hacer más que pensarte, que rendirte culto o resucitarte, en estos momentos en que me pregunto cuán vivo estoy.