Pero estábamos ocupados tirando dados, comerciando, construyendo poblados, discutiendo. Disfrutando.
Cuando era chico y no tan chico ví varias veces el salir el sol musicalizado por el ruidito de los cubos de plástico chocando con la mesa, por los gritos y las risas. Volver a eso ya no puede ser, cuando pasas los 24 años acostarte más tarde de las 4 AM es una condena a muerte que se dicta al día siguiente. Pero me sorprendió que el proceso inverso (ver al sol esconderse), sin embargo, sea una reinvención de esa sensación.
Es triste ponerlo en comparación con la realidad, ahora jugamos en estas vacaciones extendidas, hermosas, en simultáneo: una tarde de domingo en el que todos estábamos libres. A partir de la semana que viene sólo tendremos tiempo libre en común a partir de las 22, cansados por el día laboral y queriendo dejar de existir, como todos los días. Entonces quizá ya no haya ánimos de manejar una ciudad, de comprar terrenos, de prestarle atención al turno del otro. Ojalá que sí, pero seguro que no.
No es pesimismo. Nuestra vida es esto. Ojalá fuese distinto, pero hasta que se demuestre lo contrario voy a atesorar este hiato en el que los cuatro creímos que la vida podía ser buena.