Un bloc de notas virtual, un desahogo flagrante, un orden argumentativo de lo que está bien o mal de que no estés acá, de que no estemos; un corte de luz que de un plumazo lo vuelve nada.
Eso es, de verdad, la pérdida, no lo que creí que era. Es lo que no tiene remedio, lo que te recuerda que
To martyr yourself to caution
Is not gonna help at all
'Cause there'll be no safety in numbers
When the right one walks out of the door
Eso. Es. La. Pérdida. La subyugación a un orden superior que te ubica en el lugar de insignificancia que tenés por ser humano, un simple mortal; lugar del que todos queremos salir para agregarnos, al menos, un poquito de trascendencia, un gramo de peso a la levedad de nuestro ser.
La trascendencia, el poseer lo que puede ser perdido: un hotel que tarda más o menos en cobrarte la cuota, un propietario improfesional al que tenés que recordarle cuánto y cuándo le pagas porque si no, cuando se acuerde, te va a cobrar todo junto y mal.
Pero, ¿es acaso soberbio creer que le puedo ganar a la pérdida? En realidad, ¿creo que le puedo ganar a la pérdida, o es que simplemente estoy dispuesto a perderlo todo una y otra y otra y otra vez, como el ciclo de vida y muerte de Zagreo y Dioniso, para tener en cada renacimiento una historia nueva que contar?
Volveré a desafiar a la pérdida porque mi condición humana no quiere otra cosa, pero espero que esta misma condición que me saca a la calle a morir de nuevo no olvide lo que está intrínseco en su ser y explícito en su nombre, pero que cada vez por lapsos más largos decide ignorar: que es humana.