lunes, 29 de septiembre de 2025

Finales

        Anunció con gritos que estaba contento de verme. Gritos camuflados en ladridos, transformados en los ruidos que hacen sus patitas (más precisamente las uñitas de sus patitas) chocando descontroladamente contra el parquet plastificado. Las minúsculas extremidades lo impulsan desenfrenadamente hacia mi pantalón; intenta crecer, besar mi cara. Es un torpísimo monolito de carne con una densidad similar al plomo que pasa todo por arriba, que se desespera con facilidad, que no oculta ninguna emoción, dramático por demás. 

        Y se alegró por verme. 

        Y me va lamer mucho. 

        Y me va a saludar muchas veces en la noche.


        Sin saber que es la última vez que me va a ver.

        Yo lo sé. 

        Ella tampoco lo sabía. Así que puso su amor en esa masa estirada, en el queso arriba de la salsa, en el horno y después en el producto cortado en ocho porciones. En cada charla que esquivaba la pregunta de qué nos pasaba, de qué me pasa, de qué quiero, de cómo estamos, de cómo estoy. 

        De si superé a mi ex. De si necesito estar solo. 

        De si estoy preparado para dar amor.

        De si me gusta lo suficiente como para seguir intentándolo.

        Sus lágrimas no brotaron hasta que se puso en falta. Sé que le hubiese sido más fácil que extrañe a Mili, que me haya enamorado de otra, que sea un pelotudo. Que haya interpretado su preocupación como toxicidad y le haya puesto una red flag. Le habría salvado muchas sesiones de terapia que yo le haga caso a las banderas y huya por precaución.  

        Pero no hay nada. A veces uno desearía que haya más subtexto, que haya caído un meteorito que irrumpa con todo y así decir "claro, fue culpa del espacio exterior". Un agente externo, un deus ex machina que me ahorre todo este dolor de tener que reconocer que no quiero seguir, que no hay solución, que no veo ninguna forma de intentar que se arregle porque realmente ya no puedo elegir esto.

        Quisiera haberte visto sin saber que era la última vez. Quisiera haber acariciado así a Merlí porque me genera ese amor, y no porque ya no lo iba a volver a ver ni iba a escuchar sus uñitas contra el piso una vez más. Adoraría que la vida me haya ahorrado bajar por tu ascensor con un llanto tan grande, quisiera poder esquivar el tener el perfecto conocimiento de que no va a volver a pasar esto. De que ya no voy a caminar por Echesortu con vos.


        Quisiera que la vida me ahorre sus finales. Ese final que no quise ver con Mili y del que recién ahora estoy dejando de sufrir las consecuencias de mi negación. El final de este trayecto que, apenas lo comencé, sabía que iba a llegar, y sin embargo disfruté el camino, y me hubiese encantado que dure más. El final de las amistades que hice en el trabajo y que ahora se juntan sin mí, guardan de mis oídos quién sabe cuántas verdades, cuántas opiniones, cuántas veces sus cuerpos desnudos se encuentran y no pueden contarlo. El final de una confianza que ya venía golpeada por llevar seis meses jugando al ajedrez entre lo que me dicen y lo que es, entre lo que veo y lo que me cuentan, entre lo que pregunto y lo que me ocultan. 


        Quisiera que lo que amo deje de terminarse. Quisiera que algo se quede quieto, que alguna relación humana perdure, o que al menos se transforme. Ya no quiero verme obligado al reemplazo como método de supervivencia en la vida tan frenética que elegí vivir. 

    Sin embargo, todos estos finales están bien. Todo lo que termina tenía que morir. No elijo nada de lo que se fue. 

    Y entonces, la nada.

    El vacío.

    Ignorar qué va a brotar del suelo descampado entre todos los árboles que cayeron y los que talé.

    Sentarme a mirar.

    Y esperar.



    Otra vez solo.

Zanahoria

          Si tuviera los huevos de transcribir las historias que me invento y hacerme cargo de ellas estaría siendo, al menos, un poco recon...