miércoles, 10 de diciembre de 2025

Blackout

        No es que no sepa cómo atravesarlo, es justamente lo contrario. Envidio a Odiseo, porque aunque tuvo que soportar el canto hipnótico de las sirenas tuvo un barco que lo llevaba y marinos que hubieran dado la vida por él. En mi caso no solo tengo que pasar por este camino de horrores que gritan desde todas las direcciones y abrirme paso a machetazos entre las angustias, sino que soy el que pone el movimiento, el que a cada paso le pone una decisión. A mí nadie me lleva.

        Somos mis pies y yo atravesando el dolor. Ambos servidos solamente de mis ojos, que no encuentran nada más que horror a la vuelta, y un único atisbo de armonía en el camino que dejé atrás, ese al que ya no se puede volver. Mi añoranza atestigua cómo esta selva de despojos vuelve violeta, azul marino, negro, las imágenes a medida que las voy dejando atrás. Mi memoria quiere poner ojos en la nuca, pero todo lo que había atrás se vuelve difuso, la proporción armónica se deforma, los brazos que me ayudaban languidecen, las piernas se encojen, al torso le crece la panza y solo la panza de forma absurda. Solo me valgo de mi conciencia que ignora, bah, quiere ignorar, el miedo que entra en todos los sentidos y a través de todos los sentidos. Y lo único que, a veces, se impone a los gritos infernales es mi mente, que repite en un mantra que todo es mentira. "Seguí caminando, sólo tenés que caminar, este laberinto envenenado termina en algún momento".

        Entre las lianas púrpuras de los márgenes veo a las amistades deglutidas por la perversión. Sus ojos ya no están, solo son una órbita blanca mirando fijo hacia mi posición. La sangre cae desde el párpado superior, y sus bocas expresan palabras inaudibles con movimientos que dejan a la vista sus caninos afilados. Se forman comisuras en sus sonrisas diabólicas, los tatuajes de formas ilógicas congenian con sus intenciones. Me hablan en una voz que exhibe tres octavas al mismo tiempo. Veo sus manos tendidas hacia mí permaneciendo en la misma posición, pero ennegreciéndose progresivamente, como la solución que encuentra el que se arrepiente de todos los tatuajes de su brazo.

        Los amigos se escapan y no piden por mí. Nadie de ellos me pide ayuda, sus piernas ni siquiera giran queriendo volver a la claridad. Entran a la selva por motu proprio. Los seduce lo que mierda sea que los haga tener más miedo de perder a mi ex que a mí: o la comodidad, o la diversión, o la facilidad de juicio que se cae en forma de martillo gigante desde el cielo, con tanta violencia que penetra las eternas raíces de esta galería y ahora ya nadie lo puede sacar de ahí.

        El martillo ya forma parte del paisaje. El abandono a mi derecha, mis errores quedan atrás pero, de alguna forma, quienes viven en la selva los siguen trayendo a mi altura. Las risas de mi ex sonorizan el camino inmundo; primero fueron risas de alegría, ahora, desde hace varios meses, son de mofa, de maldad, como si no quisiera parar hasta que logre quitarme todo. Como si se muriera de ganas de que de una vez por todas tire el machete al piso y me meta en las enredaderas, y así ella pueda, al fin, teñirme de blackout.

        Ya no sé qué queda de esto. Ya no sé qué queda de mí. No entiendo cuál es el sentido del camino que hago, simplemente estoy sufriendo haberme reencontrado con mis amigos y haber notado ese lugar al que pertenezco, mas ahora verme forzado a volver a esta realidad de mierda en la que nadie defiende a nadie.

        Padezco el dolor de notar que soy el único que cuenta con un machete.

Blackout

          No es que no sepa cómo atravesarlo, es justamente lo contrario. Envidio a Odiseo, porque aunque tuvo que soportar el canto hipnóti...