Todo me da bronca. No estar en mi casa en este momento me da bronca. No poder levantarme temprano. El gobierno. Mi vida. Mi intrascendencia. La bici que compré y se rompió la primera vez que la necesité. La casa que es un quilombo. Las pocas ganas de ordenar. El ansia de jugar a los jueguitos y lo improbable que es que de repente aparezca todo ordenado. El miedo de quedar en ridículo con Beta.
Los boludos de los clientes. El cipayo del orto que dice que en EE. UU. está más barato todo. La idiosincrasia de una clase social que no sale del quejarse por boludeces, del sentirse culpable pero nunca responsable.
La denuncia que me hicieron. Lo denunciable que soy. Lo que me gustan las mujeres, lo que me obsesiono con la que me guste y demuestre interés. Las 50 novelas que me invento, lo rápido y en simultáneo que se prenden fuego cuando una sale mal, cien pájaros chocando a 90km/h contra la ventana.
El odio me sobreviene como una enumeración sin fin, con el propósito claro de no sentirlo más y el intento infructuoso de describirlo. Pero las hojas se acaban, la tinta no para de correr, el tiempo se agota y ya tengo que volver a ese lugar de mierda en el que no quiero estar, durante un horario en el que quisiera poder dormir, para cruzarme con gente con la que no me interesa hablar y que encima es, por lejos, la mejor opción que hay.
En estos momentos, no puedo concluir nada más que un "la vida es una poronga".
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