lunes, 2 de enero de 2023

Más allá de las nubes


    




    Una imagen escrita se aparece en nuestra conversación. Fondo blanco, escritos organizados en semántica pero sueltos en frases, apartados de las normas de la prosa, de lo normal, de lo estructurado. Son los versos que me dedica, ella, en un arranque de fascinación, en esa sonrisa que se dibuja como una erupción cuando la belleza te agarra desprevenido, y no queda más que dibujar comisuras y menear la cabeza.

    Busca lo mismo en mí, por eso me lo envía. Me pasa lo mismo, pero la impresión está tergiversada: creo haberla visto. Bah, estoy seguro de que la leí. Pero eso no importa: lo dado con amor resignifica todo, asciende el mensaje y lo transfigura, lo porta de milagros, de magia, le pone provisión de sueños a la mochila del que lo recibe. 

    Pero ya lo leí. No, no es solo que ya lo leí. Se aparece una impresión que debería haberse borrado, que creí haber olvidado: ya me lo dedicaron. La que amé, la primera, me lo dedicó. En ese momento formé comisuras, meneé la cabeza, quise (y logré) abrazarme a los renglones salteados, sentir su suavidad como un peluche gigantesco, que cabe en una hoja pero que es más grande que el sol, y reposé en él, descansé, y la encontré al mezclar su cara, sus besos, su sonrisa, en cada vuelta de cada letra.

    Ya lo leí. Epifanía misteriosa es el recuerdo de amor, la memoria que es imborrable porque se cubre de cemento, se prolonga, se protege a sí misma. Se legitima como lo verdadero, como el placer que buscamos, y en desamor caemos tan en la tierra que olvidamos que allá arriba, superando las nubes, quedó escondido uno de tantos recuerdos de plenitud.

    Me asusté. Maldije. Y me desdije: bienvenida la sorpresa errónea, lo escondido, lo no sabido, el riesgo. Tropezar inesperadamente con ese pasado tan alto me hizo darme cuenta de que también voy adornando el suelo con vivaces hechos nuevos, que todavía hay plenitud de espacio para más, y que estoy, de nuevo, más allá de las nubes.

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