Sonó una campana y me sobrevino verte feliz.
La noche.
Las noches volviendo de El Cairo, esas en las que la iglesia, abruptamente, señalaba una nueva hora y daba inicio a la magia de la fantasía, a la hora de los cuentos.
Todas las calles duelen el doble. A las obvias las tolero, estoy preparado para pasar por donde viví y fingir que la cuadra me da lo mismo. pero hoy doblé en Sarmiento y mi interior quedó vacío de voluntad, se redujo a cenizas escuchándote contarme que esa era tu calle favorita.
Este campanazo me hizo recordar que no estoy preparado para olvidarte, para enamorarme, para buscar a alguien. Que es impredecible lo mucho que te amo, que todavía me encantaría que haya sido distinto, que todavía me duele la neurosis de verte feliz. Odio la necesidad de hacer de tipo duro sabiendo que tu percepción atraviesa toda máscara y que mis neuronas, mis ganas y mi tracción están anudados a tus mañas, a tu belleza, a tus palabras.
Me muero de ganas de ir más allá de vos. Pero no puedo, no es momento tampoco.
Nunca será momento. Simplemente ocurrirá.
Hasta ese entonces, juego a imaginarme que sos fácil de reemplazar, en esos momentos en que mi ansiedad por ver a Liza resuena en todo el barrio y, sin embargo, solo queda la frialdad de la leve existencia.
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